En ocasiones las dudas invaden su inocente mente provocando que sus decididos pensamientos se distorsionen.

domingo, 16 de octubre de 2011

Little Diana

- ¿No crees que hace demasiado frío? - vocalizaron sus labios morados.

Yo iba a decir, que claro que no, pero pensé que le molestaría. También pensé en todos los kilómetros que nos tocaba aguantar todavía. Berlín era fría, muy fría, pero era una ciudad, con sus farolas cada veinte metros, con las cafeterías humeantes a cada paso, con el motor de miles de coches rugiendo en la avenida. Noté como ella se amarraba a mi costado con fuerza y sonreí.

- Tenemos que seguir caminando. - dije.

Durante un buen rato ninguna de las dos se atrevió a decir nada. Anochecía de una forma imparable: al minuto diez el cielo era violeta, al minuto once se había vuelto añil, en el doce la negrura amenazaba con cubrir las estrellas.
Pasada la hora y alejadas del barullo céntrico de la capital alemana, me detuve. Se trataba de un recinto privado. Un gran jardín precedía a un edificio mayor. El resto de la calle se componía de fincas corrientes y un parking público. Ella me miró con los ojos inundados en preguntas. No le di explicaciones. La cojí de la mano y entramos en el hospital. Notaba como poco a poco sus pasos se volvían lentos y dubitativos.

- Espera. - dijo deteniéndose.

Un celador nos miraba desde la entrada. El olor a desinfectante ya empapaba nuestra ropa y cabello. Ella tenía la misma expresión que un corderillo asustado. Le acaricié de nuevo.

- Cariño, tienes que entrar ahí.
- Pero... no me ocurre nada, mamá.

Hice presente mi fuerza en su brazo al mismo tiempo que sostenía una sonrisa tratando de hacerle entender mi preocupación. Sus ojos bailaban de izquierda a derecha mientras su respiración se agitaba. Pasé mi mano por su cintura y empezamos a caminar hasta la sala de espera. Cada segundo allí, cada pequeño paso en ese pasillo tan blanco y tan limpio, era una carga para ella. Y para mí. Entendía lo que su cabeza pensaba, lo que su corazón pedía. Pero esta vez yo era la madre. Cuando una enfermera preguntó el motivo de la visita, ella se desmayó. Me apenaba tener que internar a mi hija por el mismo motivo que mi madre me había internado a mí décadas atrás. Pero aquella ciudad era demasiado bella para perderse la vida de una joven que ni siquiera había comenzado a apreciar el frío de Berlín.

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