En ocasiones las dudas invaden su inocente mente provocando que sus decididos pensamientos se distorsionen.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Julio de 1973

La guitarra sonaba desde la habitación del al lado. Lo sabía porque las notas más rebeldes abandonaron el compás para atravesar el tabique y despertarme. Un vacío me recorrió el cuerpo al acordarme de Suecia y sus montañas. Era la misma melodía con la que solía despertarme en el mes de julio de 1973, cuando todavía tenía cuerpo y mente para sonreír a cada momento. Cuando los vestidos crecían en el armario y había tostadas para desayunar.
Esa mañana la guitarra sonaba distinta pero conocía la intención de cada octava. Sabía que los do tenían ganas de juerga y que los fa no me dejarían irme tranquila. No me resistí a pegar la oreja al papel pintado y cerrar los ojos. Volví en el tiempo con el sol y las casas de tejados puntiagudos. Los pájaros negros y el prado verde. Las nubes que a menudo pasaban a saludar.
Me recorría por el cuerpo el tiempo, con las horas atascando el esófago y los minutos pitando en el esternón. Y segundo tras segundo me di cuenta de que el infinito era cierto y yo seguía en Suecia, parada junto a la ventana esperando un futuro que nunca alcanzaría.
La guitarra paró y no hubo tostadas en el desayuno, pero el zumo de pomelo, las tortas y Berlín no impidieron que me vistiera blanco y sonriera de nuevo, como solía hacer en aquel mes de julio de 1973.

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