En ocasiones las dudas invaden su inocente mente provocando que sus decididos pensamientos se distorsionen.

viernes, 9 de septiembre de 2011

No era la primera vez que lo hacía.

Eran en punto y llegaba temprano. No importaba si el calor le hacía padecer, si los nervios le comían las tripas y devoraban sus pobres labios. Siempre le tocaba esperar porque su necesidad iba cada vez en mayor aumento.
El sol le cegaba. Se sentía muy estúpida apoyada sobre la pared esperando que ocurriera la casualidad de su vida. Y quizá por el hecho de estar forzándola, nunca ocurría.
Sacó un cigarrillo y fumó con ansia. Quería revivir su juventud con vestido de lunares y chaqueta de cuero. Quería acordarse de aquel beso ahumado que una vez le dio ahí mismo, contra esa pared. Y para qué engañarnos, quería verle de nuevo.
Tenía el corazón en un puño y luchaba por mantener quieto el tiempo que había malgastado amargándose por ello. No quería llorar.
La gente se congregaba a su lado. Ya no estaba sola y eso le inquietaba y entristecía al mismo tiempo. Le hacía recordar que aquello no iba a ser una cita y que probablemente no tendría buen final. Pero quién sabe, una se cansa de pensar “y si…” y nunca llegar a intentarlo.
Las cinco y el maldito timbre sin sonar. Estaba harta y ahora ya no se sentía estúpida, era todavía peor. Tenía diez letras escritas en la frente: g-i-l-i-p-o-l-l-a-s.
¿Qué iba a hacer? ¿Fingir que iba a recoger a su inexistente hijo? ¿Qué sólo estaba matando el tiempo? Sacó las gafas y se ocultó tras ellas, esperando ser invisible para todo el mundo.
Una bandada de críos salía corriendo y todos esos padres y madres que esperaban corrieron con los brazos extendidos para recibirles. Algunos llevaban bocadillos en la mano y otras aprovechaban para darle una vuelta al perro.
Entre todos ellos, un hombre desgarbado. Barba de tres días y camisa por fuera. Cómo no reconocerle, si aún habiendo pasado cuarenta años seguía con el espíritu rock que un día la había arrollado hasta su cama.
Una pecosa saludaba con énfasis a su padre. Él la cogía en brazos y ambos reían alguna anécdota de la pequeña en clase.
En uno de sus bailes, él la miró por unos instantes. Ella sacó las manos de sus bolsillos para guardarlas de nuevo tras comprobar que estaba sufriendo un ataque de nervios. Se dispuso a dar un paso hacia él pero un coche frenó delante de ellos y una mujer de gabardina y pendientes de perla los saludó. Entraron en el coche y tras un beso cariñoso, se fueron.
Sin aliento.
Era una batalla perdida intentar destrozar una familia feliz. Borbotones chorrearon por sus ojos y se largó de allí. Nunca se había sentido tan mal. O quizá sí, ¿recuerdan la primera frase? No era la primera vez que lo intentaba. 
- ¡Tonta de mí!

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